Se sienta en su escritorio, le pide su café matutino a la secretaria. Ella lo atiende con la cabeza baja y sin decir nada. Se siente cómodo, decenas de papeles adornan, sí, adornan su escritorio. Los folders con pendientes lo hacen sentir importante, hacía años que quería sentir el poder totalitario donde sus súbditos sufrieran del terrorismo psicológico. Lo había aprendido muy bien, no en balde los años que llevaba militando le servían de algo. Su mirada benévola, se encarga de esconder sus verdaderas intenciones. Se levanta, le llama a su secre nuevamente y le pide la presentación ya preparada para llevársela a sus jefes.
más vale que no tengas errores como la vez pasada, cada que te equivocas me haces quedar en ridículo- Le grita.
Antes de salir de la oficina, le pide a su asistente que tire el altero de quejas que hay sobre su escritorio, todas contra él.
Cada viernes hay que tirar las huellas de la ineficiencia institucional, le dice.
Ya el lunes nos hacemos de la vista gorda.
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