lunes, 5 de abril de 2010

Rutas santas

Te levantas con sueño (como siempre), el teléfono te ha despertado; al otro lado de la línea tu mamá te recuerda que te espera. Te bañas con flojera, ves la compu… esta vez se quedará en casa. Te subes a tu carro, llegas a la casa de tu madre, la acompañas al viacrucis a regañadientes, no le ves el caso a caminar detrás de cientos de personas que observan como un hombre que carga una cruz es golpeado por otro grupo. La gente ríe, compra chucherías, ropa (pues es día de sobreruedas), chismea, se empuja.
Tu madre reza a tu lado, no te suelta del brazo, afinas el oído y escuchas su susurro. Le pide a su Dios que te cuide, que te enseñe el camino, que te permita encontrar la felicidad, que ruegue por tus hermanos. Guardas silencio y le aprietas el antebrazo, no te atreves a decirle que aquello que ven es un circo, una pérdida de tiempo. Ves como suben al hombre a la cruz, lo oyes repetir los diálogos de memoria, suplicar por agua, pedir perdón por la humanidad en latín (eso es nuevo), mientras la niña de al lado saborea unos churros con chile; una señora le cuenta a otra que su yerno se acaba de ir con la secretaria y que su hija sufre; tu mamá tiene la cabeza inclinada: está llorando, te dice que recuerda a tu padre y que le pide a su Dios que recapacite y vuelva a casa. La abrazas, temes decirle también que esa esperanza es una farsa, que tu padre ya no regresará.
Comerás tortitas de camarón, te despedirás de tu madre, te subirás al artefacto mecánico de cuatro llantas y te encaminarás a Playas. Llegarás y te recibirán con sonrisas, una cerveza y abrazos. Hablarás por horas con tus amigos y sentirás el frio, reirás como loca y te tomarás fotos en viernes santo. Comerás pastel y te irás a casa.
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Pasas por tu madre y sobrino. Llegas al parque y escondes los huevos de colores. Los niños de tu familia corren y comen sin parar. Observas a los osos que juguetean en su hábitat, charlas con los linces y entras al mariposario, decenas de mariposas de todos colores se te pegan al cuerpo, te sientes en Michoacán. Una mariposa blanca y pequeña se enreda en tu cabello y tú no lo notas, duras horas adentro y sientes que vuelas. A la salida (tu sobrino ya se quiere ir desde hace rato), una muchacha te dice que las mariposas no son para llevar, te sacude el cabello y las alas blancas revolotean en señal de despedida. Tu sobrino te guiña el ojo. Desde ese día hay una mariposa en tu casa.
Observas a los Spider Monkeys escalar los troncos de su hábitat, y sientes que te pareces a ellos. Reconoces al sol quemando tus brazos, las palmas de las manos te duelen por jugar bolley con tus tíos.
Era sábado y tu familia prefirió pensar que era domingo de pascua. Las cabezas repletas de polvo blanco, se comen los dulces que los huevos guardaban.
Te limpias la cara con toallitas húmedas y te vas al Mezón a continuar con el Proyecto de las morras. Lloras en casa: una interna tiene doce años.
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Fumarás un Benson dorado en el balcón de la casa de Alicia, el piso se moverá, y tu sexto sentido sabrá que algo en la tierra no está bien. Alicia abrirá los ojos, la tomarás del brazo y la sacarás de su casa, bajarán las escaleras y llegarán a mitad de la calle, verás las llantas de tu carro moverse y abrazarás a Ali que tiembla en silencio, igual que la tierra. Apagarás el cigarro con el pie, y escucharás el llanto de las palomas, el ladrido de los perros y los bramidos del mar. La gente a mitad de la calle se abraza y se repite palabras de amor.

Estarás bien.

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