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Nunca entre días tengo tiempo para pensar, nunca me sobra tiempo, pero aunque ya no duela, todavía busco un nombre entre mis abrigos.
La mano punzante del destino.
A veces duele confesarse, aunque sea por homenaje.
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Ella llora a mi lado, sus sollozos no son silenciosos, (por qué escogió sentarse a mi lado, si iba a llorar). Se siente bien? -alguien le pregunta. Se siente mal señora, quiere que me detenga? -pregunta el chofer. Ella no dice nada, pero su llanto se acentúa.
Nunca me había puesto a pensar en cuánta gente escoge el transporte colectivo para ponerse a llorar. Nadie conoce a nadie, sin embargo existe esa especie de complicidad. Es una complicidad que acompaña a la ciudad, ese sentir que pesa sobre ella: sobre todos.
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