Observo los rostros de la gente que, por coincidencia, habita el Centro de la ciudad al mismo tiempo que yo lo hago. Intento grabarme cada labio, cada mejilla, cada cabello, cada corte (sobre todo los lacios), disculpe usted, pero sabido es que mi cabellera arbolada, siempre me ha generado conflicto; pero no lo logro, las olvido en cuanto doy tres o cuatro pasos.
Todavía un rostro permanece.
Estoy cansada, hoy fueron cuatro funciones entre Tijuana y Rosarito. Disculpe usted tanta cursilería (la atribuyo al cansancio), aunque esta vez, es un soliloquio cibernético.
Algún día será un soliloquio cibernético verdadero, uno que raye más en el melodrama barato, un soliloquio que saque de corridito tanta tristeza guardada, tantas palabras pegadas a la pared, tantas ganas de no estar, de no seguir estando. De no sentir lástima. Algún día.
Después de este texto, correré a meter mi cabeza revuelta debajo de la almohada. Culpo a mi terapeuta. Comienzo a creer que Freud y Jung, se equivocaron.
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