Prendió el carro, tenía el estómago complacido pero la piel vacía. Lo que había sido júbilo se convirtió en una tristeza reconocida, miró los boletos de avión en la guantera y sus próximos destinos. La existencia es un juego, algunos la juegan bien, otros (quizá), la jugamos mal, se dijo. Pensó en la posibilidad de subir al avión, adelantar los viajes y no volver. No esperar. No cerrar la ventana y escuchar el motor de un carro muy ajeno, un espacio, una llamada, una piel muy ajena.
Sintió nuevamente el eclipse. Quiso abrazar a Ian y a "su" sonrisa.
Apretujó los labios hasta que le sangraron. Su garganta sintió la náusea del estómago lleno. El temblor en. Las ganas de. Siempre supo que la dificultad de las decisiones radicaba en el atreverse a.
Se detuvo frente al mar. Percibió el desierto. Se creyó en medio de la nada.
Mordisqueó a placer el nombre del Extraño, que sigiloso, se acercó a su lengua, y sin epitafio, le robó el sabor muerto.
Ni siquiera tomó la decisión de decirlo completo. Retuvo la respiración.
Nunca más un domingo de buffet chino.
Disculpe usted estimado lector/a (si es que hay alguien por ahí que de vez en cuando cae por este seudo blog, retrato intimista, reflejo narcisista de un espectáculo personal), pero es que es final de una carrera, o mejor dicho, el principio de otra, y cuando eso sucede, me pasó al lado oscuro, pero cursi, de mi otro yo geminiano. O quizá es eso: que ya se acerca mi cumpleaños.
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