miércoles, 13 de agosto de 2014

Extraño tanto a mi martes. Hoy tuve un
martes, pero no fue lo mismo. Tenía un sabor extraño.
Había indicios de que ya había sido abierto.
El sello de seguridad estaba roto. Alguien lo había envenenado
con jugo de miércoles. De hecho,  pienso que hoy
realmente fue miércoles, pero el gobierno 
intentaba hacerlo pasar por martes, retrasando 
mis clases un día, reacomodando
las servilletas. Envié una carta al MI5, a la CIA
y al resto. Yo sé que tienen mi martes.
Lo retienen para experimentar con él pues
era tan enloquecidamente feliz. Yo sonreía dormida
cuando dos hombres cubiertos de la cabeza a los pies con inmensas
medias negras lo hurtaron de mi mesa de noche. Estaba ahí.
Precisamente ahí. Pero, cuando desperté, había 
desaparecido. Su miércoles hurtó mi martes. 
Ese jodido miércoles, totalitario y tragamierda 
cogido por nubes hurtó mi inocente 
martes. Ahora todo se torna realmente ridículo: 
los días cambian cada semana, es como una avalancha. 
Tan pronto comienzo a acostumbrarme a un día, conocer
los corredores, encontrar la llave del locker, suena la campana
y repentinamente es jueves, o viernes, pero no 
el pasado viernes o jueves, ellos son diferentes, 
con rodillas como pústulas, ojos sin gracia: 
nunca sabrás hacia donde se precipitarán.

En la oficina de objetos perdidos, retrasé la cola,
mientras hablaba con  el empleado, le dije: “Es verdoso, 
con una boca que se abre hacia un patio trasero. Pero, sólo tenían una caja 
de viernes salvajes que algunos jóvenes habían extraviado en Tailandia.
(Tomé un par de esos para calmar el dolor) Luego
me rendí. Ignoré los días, y ellos me ignoraron.
Bebí Red Bull en las ruinas de los monasterios,
revisando calendarios de muertos realzados digitalmente:
Gene Kelly descargando una nueva versión de 
'Cantando en la lluvia' en su delgado Apple Mac.

Ahora el tiempo a nadie le importa un carajo. La hora feliz de los bares
dura toda la tarde. Puedes ponerle un sombrero a un cadáver, 
enviarlo a su trabajo. Puedes enterrar a un bebé.

Sofisticados consejeros vistiendo chaquetas retro de lanilla
insisten en que mire hacia el futuro. Habrá otros martes
para disfrutar, me dicen, nuevos prados de los martes.

Mentira. Hallé mi martes en la cama de otra.
Sus mandíbulas estaban embadurnadas en gel aterciopelado
y su voz se había corrompido. Fingió ser un sábado,
sin embargo yo podía verme reflejada en sus ojos, un yo 
más joven, soplando la brisa con mi trombón de plástico. 
“Perdóname” dijo mi martes, sacando su mano del interior 
de una mujer. “No fue mi intención decepcionarte, pero tampoco
podía ser por siempre perfecto,
tú me estabas sofocando.
Incluso los recuerdos
más hermosos necesitan desahogarse.”