martes, 15 de junio de 2010

Anoche te soñé, tus ojos eran claros y tu piel cálida, te encontraba al final de una escalera y me sentaba a platicar contigo. No hablábamos de nada, ni de poéticas ni retoricas, no existía la palabra, solo recuerdo que te miraba a los ojos y me despidía. No te daba las gracias, pero me despedía.

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Ayer hice llorar a mi madre, siempre la subestimo y siempre me sorprende. Recibió la noticia con templanza, estoicismo, no hubo letanías ni reproches, solo eso: una madre hablando con su hija. Una madre con los abrazos tiernos y el hombro ancho.

Ahora entiendo la importancia de la sangre.
Me gustaría que supiera mi padre.

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Nunca creí que fuera mujer de reposo, y mucho menos soportarlo sin cigarros.

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