domingo, 1 de noviembre de 2009

El niño pela nopales, se espina pero no repela, mientras la mamá pone tres guayabas en la báscula. Discuten sobre el catecismo, la iglesia, lo importante que es para ella que él aprenda la palabra de Dios y los pecados del mundo.

Los pecados…

Me arraigo frente a la ventana y viajo a mis días de catecismo durante la infancia, aquella donde todavía me creía princesa y aprendí todos los rezos sólo para ponerme el vestido ampón y corona en la cabeza. Tenía cinco años y entrabas hasta los seis, la edad adecuada para conocer la palabra de Dios. Cada domingo me llevaban a la iglesia, me trenzaban la mata de cabello, y mi abuelo, (imagino las agruras de mi madre durante la gestación) para presumir el enorme matorral, lo destrenzaba durante el padre nuestro. Odiaba que hiciera eso. Ahí vi por primera vez a las vestidas de blanco, con su vela, rosario y cara de felicidad infinita. No me importó el arbusto volando sobre mi cabeza, ni el ave maría ni el ronquido del señor en la banca. Quise ser como ellas. Mi genio berrinchudo (como el de las princesas), obligó a mi madre a meterme al catecismo, todos los sábados me llevaban tempranito a que memorizara el librito religioso que tenía a una niña morenita en la portada. Mis abuelos, lo recuerdo, eran los más felices de todos. Mi abuela repetía conmigo los rezos, los orígenes, (Dónde está Dios? Dios está en todas partes, etc.,)la llegada de Jesús, sus divinidades y los tres Dioses en uno, y mi abuelo se retorcía de orgullo de que su nieta tuviera tanto interés en la iglesia. Todos, más grandes que yo, repetían en su mayoría, las enseñanzas a regañadientes. Ahí conocí a Chava, el guapo del grupo, a Selene, la niña que, con los ojos chinos por el peinado, presumía los colores de sus listones, a Efrén, el que te pateaba si no le ayudabas a hacer la tarea catequista.

En una de las sesiones, al mencionar ejemplos de los pecados, yo escogí a algunos de mis compañeros para ejemplificar los vicios antirreligiosos, casi todos lloraron y mi tobillo acabó hinchado por una patada de Efrén, pero el pateador terminó con la nariz sangrando por el golpe de mi hermano. Casi pierdo la oportunidad de vestir el traje blanco.

Me obligaron a aprender el rosario y hasta unos rezos extras que para mí beneficio, mi abuela se sabía.

Obedecí todas las órdenes necesarias para vestirme como princesa. Ponerme el guante blanco hasta el codo, fue una sensación de orgullo (el mayor de los pecados), pero cuando me dieron la vela encendida, se apagó todo en mi memoria, ni un solo rezo atravesó mi lengua, ni una palabra, los ojos de mi abuela casi se desorbitaban y sus labios repetían en silencio las letanías memorizadas. Recuerdo la mirada del clérigo, que impaciente, sostenía el Cuerpo de Cristo en la mano, una desconcertante oblea blanca, que decía era el Cuerpo de nuestro Salvador. Me sentí engañada, yo esperaba el Cuerpo de Cristo.

No le dije ni un solo rezo, comencé con el Padre nuestro, pero una poesía de Nervo se interpuso en las últimas frases. Mi abuela agachó la cabeza desmoralizada, su princesa había olvidado todo, menos que vestía su ansiado vestido blanco.

El niño sigue pelando nopales (imagino), que no vaya al catecismo, ahí se aprenden los pecados. Cada domingo se ponen tres puestos de sobreruedas en mi colonia, tres, los suficientes para abastecer a los vecinos y a algunos aledaños. Uno es de verduras; el otro de miscelánea, y el tercero, de pizza.

No hay de carnes, no, no lo hay, mi colonia es religiosa y sabe que con la crisis, comer carne, también es pecado.

1 comentario:

Roberto Lima dijo...

Saludos
visita
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