sábado, 6 de febrero de 2010

Me pinté el cabello de rojo, un rojo que dejará entrever rápidamente mi cabello castaño. La culpa la tuvo la semana de lluvias intensas y el robo de mi Mac. Todos mis archivos se fueron con el ladrón. La limpieza fue definitiva. No sólo la que realicé en casa durante diciembre. No sólo los papeles, carpetas, fotos, cartas, copias, ropa, muebles y objetos que terminaron en la basura o en casa de algún familiar o amigo. La limpieza tenía que ser definitiva. Mi Mac era la clave. Si guardaba algo ahí, también tenía que irse, aunque eso incluyera los archivos insustituibles o mi novela. Ahora tengo que reescribirla de nuevo. La fecha limite para su entrega casi termina.
Hoy saqué a la basura una caja con cosas que encontré en mi casa y que no son mías: discos, textos, fotos de la infancia (también insustituibles), ropa y objetos que se cómo llegaron aquí, pero no sé porque nunca se los llevaron.

Las deudas llegan ahora más que nunca. El pago de la nueva compu, donde ahora escribo. Nueva, completamente nueva, jamás tocada ni utilizada. Mis yemas tocan el teclado nuevecito y todavía no me acostumbro. Ni siquiera puedo poner acentos. Cada que recuerdo lo que debo pagar por ella, me duele tocarla.

Hoy llueve y el pavimento está húmedo nuevamente. Llevo siete años en la misma colonia, cinco en la misma casa. Afuera todo es gris claro y la lluvia cae como cascada desde los techos. Un perro negro me mira con ojos de hambre: yo también la he sentido en estos últimos meses. Sólo espero que como a mí, no le zumben los oídos y las nauseas demanden salir por su garganta. Lo corren de la tienda donde busca guarecerse de la lluvia. A él lo corren, a mí me esperan. Los tenderos saben que voy a comprar cigarros. Los mismos Benson dorados de siempre. Sólo ellos y mi vecina de enfrente me ven seguido. Ellos por los cigarros; mi vecina cada vez que intuye que no he comido y seguramente estoy haciendo tarea, revisando trabajos, leyendo o preparando clase, entonces toca a mi puerta y siempre un plato adorna sus manos.
La colonia y la casa con sus contemporáneas paredes rojas ya me patean, pero la ciudad con todo y su alto índice de violencia, crisis y dolor, me retiene, me obliga a permanecer dentro de su latitud. La ciudad no puede matarme, no puede, la verdad es que estuve agonizando los últimos dos años y es la ciudad la que me ha sostenido.

Me quedo, la ciudad me está entrenando para soportar cualquier cosa.

5 comentarios:

nancy dijo...

uy poco madre la city que te da madrazos para aprender.

PS: Esme con todo el respeto que no tengo por el mundo se me antojo cocinarte.

esme dijo...

Nancy de mi alma!!! Gracias por tus comentarios, siempre me animan.

Pero...dejame ver si entendi. Cocinarme a mi, o cocinar para mi??

Jejeje. Si es lo primero: ok. Si es lo segundo: mejor.

nancy dijo...

Escrito para que asi lo entendieras, meaning para que no lo entendieras, usemos la mejor, meaning lo segundo entendido, pon le fecha.

costa sin mar dijo...

man!!!!!!!!!
suerte con esa nueva máquina!!!!!!!

ana maria dijo...

hola,asta que pude leer esto mmm i lo siento x la verguensa no comistes ayer tonta'a i pues la nostalguia sigue ilos recuerdos malditos t.q.m besos