miércoles, 22 de diciembre de 2010

Llegamos a la hora de la comida. La pizza que llevábamos ya estaba tibia pero nos esperaba una cazuela con chicharrón rojo, frijoles, plátanos fritos, donas adornadas con coco y chocolate, jugo y café. Comenzamos a trabajar conforme comíamos.

El texto de los pies… un taquito de chicharrón… escanea estas manos… ¿todavía hay pizza?... transcribí textos que no estaban seleccionados… voy a servirme jugo… ya está todo escaneado… quiero café… ¿Cómo se va a llamar la niña?... Que tenga nombre griego… ya están los plátanos fritos… las morras se la rifaron... éste es muy buen texto… voy al baño… sólo falta copiarlos por orden… ya comenzó a llover… quiero una dona… ¿cuántas hojas blancas tenemos?... … ya voy a imprimir… esa dona era mía… en estas 117 hojas está resumido nuestro trabajo de dos años.

El proyecto de las morras comenzó como un taller, como un compartir un encierro físico y emocional con la otra, una manera de extendernos a través de la literatura, a través de nosotras… ahora está aquí, en este domingo de morras, en un domingo intenso donde las tres trabajamos mucho y al unísono y que, sin embargo, fue como un pick nick.

Fue un domingo de mucho trabajo, pero estar en casa de Lore, Louie y Ninis, es sinónimo de consentir.

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Quedarme en casa durante todo un día nunca ha sido lo mío, y ha sido así desde que era pequeña. Cuando sucede, deambulo por la casa, cuento los azulejos del piso, miro por la ventana haga sol o este lloviendo (aunque hacer eso sí me gusta).

No es lo mío, hoy hasta cociné un platillo al horno.

Disfruto la amplitud de mis paredes blancas y estructuras rojas, los libros en los estantes, la soledad infinita, pero estar en casa todo el día… no es lo mío.

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Dentro de mi piel se esconde una remolino D 23 semanas.

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