lunes, 30 de junio de 2008

Despedida Literaria

Busqué en todos los estantes el libro que me pediste; mis dedos terminaron negros por la tinta de los libros y el polvo que se acuesta en ellos cada tres días. Me sentí envenenada: como en el Nombre de la Rosa. Revisé los anaqueles dos veces y no encontré el título. Por un momento pensé que me habías engañado, que jugabas con mi mente y tiempo, que sabías que no tenía ese libro, pero sin embargo, me lo habías pedido prestado. Hasta te atreviste a decir en qué librería lo había conseguido. Perdí toda la mañana buscando un libro de portada gris, editado por Planeta en 1977.

Me habría tardado menos, si mis ojos no hubieran espiado a Nietzche y Schopenhauer durante varios minutos. Me lavé para borrar el tapiz oscuro de mis manos y me di por vencida. Me engañaste: no se le puede prestar un libro a un muerto, como el libro de Árboles Petrificados: desapareciste hace tiempo.

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