viernes, 19 de junio de 2009

A pesar de que había muchas mesas desocupadas, Ella escogió la más escondida, la más alejada de todos. Decidió sentarse frente a la pared, divina estrategia para ocultar las lágrimas, en caso que éstas la desobedecieran y brotaran sin su consentimiento. Muchas veces había estado en ese lugar, con la misma compañía, los mismos meseros. La máquina del tiempo en retroceso, la máquina mil veces inventada sólo en la imaginación y memoria del Hombre.
El tiempo le dio licencia, y le permitió asistir al concierto imaginario de Josh Groban. Una canción muy adecuada, pensó: You're still you, after all, you're still you. La música en el restaurant japonés era algo nuevo, sinónimo de que los meses habían pasado.
Un abrazo largo, apretado, tembloroso, un depositarse de los cuerpos, el uno en el otro: un sentirse en casa, casa abandonada, pero casa. En el abrazo, ambos intentaron recorrer cada uno de los rincones y puertas del recuerdo.

Las risas, la conversación ligera, el querer esconder lo verdadero: una charla por meses postergada, un no querer hablar de lo que duele. Las palabras de su padre retumbaron en su cabeza, como retumbaba la tambora en las celebraciones de su pueblo. Los ojos verdes de su progenitor se clavaron en su memoria, el desacuerdo y las palabras altisonantes proferidas de sus labios, una preocupación aparente por el bienestar de su vástago femenino, la hicieron crear sonrisas y muecas falsas.

Él riendo, asintiendo, conversando. Ella, evitando verlo directamente a los ojos.

Un california especial, por favor.
Un teriyaki de pollo para mí.

Él ordenó el arroz extra que Ella había olvidado pedir. Para su sorpresa, Él fue el que lloró primero, la voz quebrada, un discurso de disculpa. Diez palabras, las suficientes para recordar lo vivido. 
Ella, con el llanto hecho piedra en la garganta. El sushi quedó casi completo, sólo dos piezas comidas. El llanto retenido, las palabras silenciadas. Prefería memorizar cada línea, cada gesto, para saber que el estar ahí, no era un invento.
Él le recomendó ver The Reader -mírala, con ella me acordé mucho de ti-, Ella quiso salir corriendo, pero Josh Groban seguía cantando: Through the darkness, I can see your light, and you will always shine, and I can feel your hearth and mine. You are still you, after all, you're still you. Time changes everything. I will always remember you
Que canción tan cursi, se dijo.

No se dijeron mucho, ambos podían oler el miedo a las frases hirientes, a la reacción de las personas en que se habían convertido en el último año.

Los celulares sonaron. Ambos supieron que tenían que irse.
Una vez más, un abrazo que transmitía lo no dicho, lo tácito pero no hablado. 
Ella dedujo que el dj del lugar estaba deprimido, cuando Wicked Games de Chris Isaak, comenzó a sonar.

Antes de despedirse, quedaron en comer juntos la siguiente semana: ambos sabían que era un mentira piadosa.


No hay comentarios: