miércoles, 2 de julio de 2008

Hace días que me duele la cabeza, he tenido que anestesiarla con paracetamol. Hoy mi cuerpo se siente agotado. Se supone que esta tarde termino de impartir el taller en la Ibero, pero estoy cansada, muy cansada. Tuve que sentar a mi cansancio y a mi responsabilidad, para ver si se ponían de acuerdo: quería reportarme enferma.
Decir: hoy su maestra se siente cansada de los días. Hoy su maestra no se va a presentar. Pero la responsabilidad le reclamó al cansancio. Yo sólo los oía discutir. No dije una sola palabra. Tal fue su disgusto, que decidieron subirse a un ring y pedirme que tocara la campana. Acepté, pero no pude mover un dedo, mi cuerpo estaba lacio.
Se golpearon hasta el cansancio. Pobres ilusos, golpe, tras golpe, esperaban escuchar un tilin, tilin que nunca llegó. El cansancio me pedía ayuda con los ojos llorosos, mientras la responsabilidad lo pateaba. Pensé en tirar la toalla. Pero era demasiado tarde: la responsabilidad había ganado. Desde la lona, mi cansancio derrotado me miró con reproche. Así que me levanté como pude y me fui a dar clases.

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