sábado, 5 de julio de 2008

Hace una semana Una fue a un lugar que quería conocer desde hace años. No sé porque nunca se había aparecido por ahí. Estuvo casi 30 minutos y fueron suficientes para que saliera horneada, eufórica y feliz. Una reía de todo. Si se le derramaba la cerveza en la mano: reía. Si alguien la saludaba: reía. Si sus rizos se desacomodaban: reía.
Una conoció a dos meseros que trabajan en one of the most fancy places of the city y pasan sus noches libres en el innombrable lugar.
Una llegó al turis, se encontró a viejos amigos y conoció a unos nuevos. Un amigo le presentó a otro amigo que la hizo reir mientras el Tin Tan le limpiaba las botas. Una estaba feliz. El otro amigo le rogaba a Una que no se fuera. Una lo pensó, pero no se quedó: prefirió seguir recorriendo la noche. Una se enteró de cosas, muchas cosas.

Una llegó a su casa casi al amanecer, mareada, cansada, con un ojo cerrado y el otro semiabierto, cerró la puerta, prendió un cigarro y comenzó a leer un texto de Gertrude Stein en voz alta. Una se dijo: es el colmo, andas grave. Fue una noche de biografía. Pero al día siguiente, Una no se pudo levantar de su sillón.

El malestar fue casi sagrado.

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