sábado, 14 de febrero de 2009

Los vi vestidos de azul, y no pude dar la vuelta a tiempo. 
Uno levantó la mano en señal de "deténgase". No pude evitarlo, eran más de cuatro. Ni siquiera el consabido "oríllese a la orilla". Tuve que abrir la puerta para darle paso al frío, y a la regordeta mano femenina que exigía mi licencia de conducir. Ya la había librado mucho. 
Omar me lo advirtió muchas veces. Hoy la estupidez se me embarró en la cara, las uñas, los ojos y en el cuerpo.
Vi como se la llevaban, sólo les tomó unos cuantos minutos. A mí me tomó lo doble bajar mis cosas: el vestuario de crupier cubana, el antifaz, la veintena de libros que descansaban en el asiento trasero, las carpetas de mis clases, los trabajos de mis alumnos, un par de botas, el abrigo extra, la mochila, mi bolsa, los papeles del carro, la sombrilla, mi cosmetiquera, mi garganta piedra, mi yo. Bajarme a mí fue lo más difícil. 

La vi irse, sin decir nada, la seguí por mucho tiempo con la mirada hasta que desapareció. Algo me dice que no voy a recuperarla.

Espero equivocarme. 


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